El régimen chavista vivió una verdadera humillación en las elecciones de este 6 de diciembre. Casi nula participación y la espalda del mundo democrático cuando la noche se cerraba por completo y restaban minutos para que la jornada electoral finalice.
Activistas con trajes de combate blandieron sus gargantas para alentar a otros a continuar con la revolución. Una revolución vacía, como los centros de votación que pretendían colmar. Lo hacían buscando casa por casa a aquellos venezolanos que habían decidido no presentarse a votar a ninguno de los candidatos propuestos para componer la nueva Asamblea Nacional. Ni a los representantes chavistas ni a los opositores de los opositores. Un comicio ilegítimo por dónde se lo observe.
Las amenazas de Diosdado Cabello, uno de los máximos líderes de la dictadura no alcanzaron. El presidente de la Asamblea Nacional Constituyente -el organismo ad hoc del régimen para sesionar en paralelo con el auténtico parlamento- había advertido a la población con detener el suministro de comida si no se presentaban a votar. Llamativo: sólo el 18 por ciento de los venezolanos atendieron las urnas, de acuerdo al Observatorio de la Asamblea Nacional que conduce Juan Guaidó.
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El resto permaneció en sus casas. Dijo Trino Márquez, profesor de Sociología en la Universidad Central de Venezuela: “Como el que no come no vota, hoy vimos la prueba palpable de que en Venezuela nadie come: nadie fue a votar”
Y aunque sus estadísticas fueron diferentes -e indisimulables-, el régimen quedó de todas formas al desnudo. El Consejo Nacional Electoral (CNE) informó que sólo el 31 por ciento de los venezolanos se presentó a votar. Ni aquellos que reciben los polémicos y cuestionados CLAP -plan alimentario cuyas siglas corresponden a Comité Local de Abastecimiento y Producción- se dejaron arrear pese a las amenazas. Uno de los creadores de esa estafa nutricional fue Alex Saab, el empresario señalado como testaferro de Nicolás Maduro y detenido en Cabo Verde a la espera de ser extraditado a los Estados Unidos.
César Batiz, director del diario El Pitazo, fue claro: “El oficialismo no se esperaba que la gente que recibe bonos y CLAP se quedara en sus casas. Pierde fuerza una herramienta de control social”. Otra vez: quizás ni siquiera se alimenten como para dejarse amedrentar.
Fue tal la desesperación del régimen que se ordenó la extensión del horario cierre de urnas para sumar movimiento en los centros eleccionarios. Se argumentó que se debía a “la permanencia de electores en las colas”. No quedó claro si se trató de una maliciosa ironía de un dirigente desencantado. Tal vez se referían a aquellos actores que trasladaban de un lado a otro para simular alta concurrencia, como quedó documentado en más de un video. La ficción democrática de la Venezuela de Maduro. De todas formas, fue en vano: no se registró un aluvión ciudadano de último momento.
El domingo por la noche, cuando el fracaso ya era estadísticamente evidente, un dirigente opositor ironizó off the record: “Fueron más los audios de los dirigentes chavistas que los votos que se contaron”. Se refería a la enorme cantidad de grabaciones de referentes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) que circularon todo el domingo pidiendo un desesperado esfuerzo a sus lugartenientes para que trasladaran a la población a los centros de votación.
El rechazo Internacional
Aún antes de la hora programada para el cierre de las urnas, los rechazos internacionales comenzaron a llover sobre Miraflores. Los países con vocación democrática se pronunciaron sobre el fraude y la falta de legitimidad de los comicios amañados por Maduro. No hacía falta ser paladín de la lucidez para entender lo que ocurría en Venezuela y conocer con tiempo la trampa que había diseñado el chavismo.