La cruda realidad oculta tras la violencia policial en Brasil
João Pedro tenía 14 años cuando le dispararon por la espalda mientras jugaba en casa con sus primos. Igor Rocha Ramos, de 16 años, murió cuando se dirigía a comprar pan, mientras su madre estaba en casa recuperándose del coronavirus.
¿Qué conecta a estas muertes? Se alega que los dos adolescentes fueron asesinados por la policía brasileña en 2020 y más de seis meses después, sus familias dudan que se haga justicia.
En Brasil, miles de personas mueren cada año debido a la violencia policial.
Una investigación de BBC Brasil descubrió que en 2020 murió más gente en manos de la policía en el estado de Río de Janeiro que en todo Estados Unidos.
De los que murieron, 75% eran negros.
En Brasil, miles de personas mueren cada año debido a la violencia policial, pero rara vez aparecen en los titulares de la prensa nacional, y mucho menos en los de la prensa internacional.
En el año en que Black Lives Matter se convirtió en un grito de guerra en todo el mundo, BBC News Brasil, en colaboración con una ONG local, el Foro Brasileño de Seguridad Pública (BFPS), se propuso investigar estas muertes.
¿Cuál es la verdadera magnitud de la violencia policial letal en Brasil y quién está en mayor riesgo?
João Pedro tenía 14 años cuando le dispararon por la espalda mientras jugaba en casa con sus primos.
Guilherme Guedes, de quince años, desapareció afuera de la casa de su abuela antes de recibir un disparo en la boca.
E Igor Rocha Ramos, de 16 años, murió cuando se dirigía a comprar pan, mientras su madre estaba en casa recuperándose del coronavirus.
¿Qué conecta a estas muertes? Se alega que los tres adolescentes fueron asesinados por la policía brasileña en 2020 y más de seis meses después, sus familias dudan que se haga justicia.
“Había perdido tanta sangre que corría a lo largo de toda la calle. Desde la parte superior, donde yacía, hasta abajo”, dice Ana-Paula Rocha, la madre de Igor.
“No me dejaron acercarme. Me retuvieron todo el tiempo. Luego lo llevaron al hospital. No me dejaron ir en la ambulancia”.
Como madre soltera que trabaja, Ana-Paula crió a sus cuatro hijos con un salario mensual de solo US$300.
Junto a sus tres hijas, Bruna, Barbara y Beatriz, y su hijo menor Igor, compartían casa en Jardim São Savério, un suburbio en las afueras de Sao Paulo, cerca de donde Ana-Paula trabaja como conductora de autobús.
El día que un agente de policía disparó a Igor, Ana-Paula estaba en casa recuperándose del coronavirus. Sufría de síntomas graves, incluidos problemas respiratorios, y se había estado aislando durante 11 días en su dormitorio.
Igor se ofreció como voluntario para ir a la panadería a comprar pan y papas fritas para almorzar con unas salchichas que habían quedado.
Salió de la casa alrededor de la 1:15 de la tarde, y solo 10 minutos después, Ana-Paula escuchó un grito ensordecedor que venía de la calle.
“Han matado a un niño. Han matado a un niño y se parece a Igor“, dice Ana-Paula que gritó el vecino. Aterrorizada, se quitó las zapatillas, bajó corriendo las escaleras y salió por la puerta principal a la calle.
Luchando por respirar, recuerda que se arrancó su barbijo.
Decenas de vecinos ya estaban en la calle, maldiciendo y filmando a la policía con sus teléfonos. Entonces recuerda el grito aterrorizado de su hija Bruna.
“¡Fue en la cabeza, mamá! El disparo fue en la cabeza”, gritó Bruna. Ana-Paula dice que fue entonces cuando entró en pánico.
Filmadas por varios testigos, las gráficas imágenes de los teléfonos móviles muestran cómo tanto Bruna como Ana-Paula son contenidas agresivamente mientras intentan pasar entre el número cada vez mayor de policías que rodean el cuerpo de Igor.
“Me dolió tanto verlo así. Me quitó una parte de mí”, dice, mientras se funde en lágrimas.
Diez meses después, nadie ha sido arrestado por la muerte de Igor, pero la policía militar de Sao Paulo dice que su caso aún está bajo investigación.
Ana-Paula dice que mientras estaba en el lugar, uno de los agentes le dijo: “Fue un tiroteo, señora”, dando a entender que Igor tenía un arma.
Pero ella insiste en que Igor no tenía pistola y que simplemente estaba en camino a comprar pan. Los testigos también le dijeron a la BBC que no vieron a Igor con un arma.
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El departamento de policía de Sao Paulo dice que aún deben investigar a fondo las afirmaciones del agente de que Igor estaba armado.
Los informes del hospital confirmaron que Igor murió en la calle de un solo disparo en la nuca. Las imágenes y los informes de testigos muestran que cayó cerca de la panadería.
Ana-Paula dice que seguirá luchando para conseguir justicia para Igor, pero le preocupa que el sistema judicial también esté predispuesto en contra de quienes viven en los barrios más pobres de la ciudad.
“Si mi hijo fuera el hijo de un hombre rico, el agente ya estaría en la cárcel. Pero este policía, está ahí afuera, sigue trabajando con normalidad”.
Las autoridades confirmaron que el policía involucrado sigue cumpliendo sus funciones habituales.
Joven, varón y negro
En los primeros seis meses de 2020, la policía mató a 3.148 personas en Brasil. Eso es un promedio de 17 personas muertas cada día.
Incluso en el relativamente pequeño estado de Río de Janeiro (población: 16 millones), la policía mató a más personas en los primeros seis meses del año que en todo Estados Unidos (población: 328 millones).
Pero en Brasil, la violencia policial letal se ha normalizado tanto que rara vez desencadena protestas masivas como las que se ven en EE.UU. o Nigeria.
Además, se estima que solo alrededor de 1 de cada 10 muertes a manos de la policía resulta en un cargo criminal.
Cuando se trata de la brutalidad policial en Brasil, la regularidad con la que las personas pierden la vida es tratada, tanto en las calles como en los medios de comunicación y los tribunales, con apatía y evasión de responsabilidades.
Para comprender quién está más en riesgo, la BBC, en colaboración con el Foro Brasileño de Seguridad Pública, examinó los perfiles de más de 1.000 personas que murieron a manos de la policía en el estado natal de Igor, Sao Paulo, y en Río de Janeiro, durante los primeros seis meses de 2020.
Lo que descubrimos fue que en Sao Paulo, el estado más poblado y rico de Brasil, donde una gran mayoría de personas se autoidentifican como blancas, casi el 60% de todos los fallecidos eran brasileños negros.
Más del 99% de todos los muertos eran hombres y casi el 30% tenían menos de 24 años.
Pero en Río de Janeiro, el estado más mortífero de Brasil en términos de brutalidad policial, el 75% de todos los fallecidos por la acción policial son negros, una proporción aún mayor.
En Río, si eras joven, negro y del sexo masculino, tenías cinco veces más probabilidades de morir a manos de la policía en 2020 que un joven blanco.
Es importante señalar que, en nuestra investigación, todas las estadísticas sobre personas vivas utilizan categorías raciales autoidentificadas. En el caso de los fallecidos, se determina su raza según consta en los registros policiales.
En Brasil, la descripción racial de una víctima de asesinato es designada por el forense o el oficial de policía investigador, utilizando las categorías amplias de negro, blanco, otro o desconocido.
Negro, en este caso, suele incluir tanto a individuos negros como a individuos ‘pardos’ (mestizos).
Como el último país de las Américas en abolir la esclavitud, Brasil sigue siendo profundamente desigual, y los brasileños negros y mestizos tienen más probabilidades de experimentar una menor esperanza de vida, educación y nivel de vida.
Caso dos: Guilherme Guedes, secuestrado y asesinado a los 15 años, 14 de junio de 2020
Una de las muertes más atroces de 2020 en Brasil fue la de Guilherme Guedes, quien desapareció fuera de la casa de su abuela y luego fue encontrado muerto a tiros.
“Hubiera preferido que mi hijo tuviera covid-19 en lugar de morir como lo hizo”, dice su madre, Joyce da Silva dos Santos.
“Mucha gente me dice: ‘Es el plan de Dios’. No, para mí este no es el plan de Dios. ¿Es el plan de Dios que una persona muera de dos balas en la cabeza?”.
La última vez que Joyce vio a su hijo fue en una barbacoa familiar. Cuando empezó a hacerse tarde, Guilherme (Gui) se ofreció a acompañar a su abuela a casa.
En el camino recogieron pasteles de pollo, los favoritos de Gui, cuenta Joyce.
Después de ayudar a su abuela a meterse en la cama, Gui volvió a salir a la calle y se encontró con otro chico de su edad. El niño le advirtió que había dos “policías vestidos de civil” que se dirigían hacia ellos.
“Pero Gui dijo: ‘No. No me iré, porque no he hecho nada malo‘”, dice Joyce. “Así que se quedó. Y ahí es cuando llegaron los dos”.
Imágenes de la cámara de seguridad frente a la casa de la abuela de Guilherme muestran a dos hombres rodeando a Guilherme en la calle.
Su cuerpo fue descubierto seis horas después, arrojado a 6 kilómetros de distancia en una ciudad cercana. Los informes forenses muestran que le dispararon una vez en la boca y otra en la nuca.
Siete meses después, la Oficina de Seguridad Pública de Sao Paulo dice que ambos sospechosos en el video han sido identificados.
Actualmente en prisión y esperando un juicio, el sargento Adriano Fernandes de Campos niega todos los cargos. La policía sigue buscando al segundo sospechoso, el exoficial Gilberto Eric Rodrigues.
Joyce dice que creciendo Guilherme siempre temió a la policía, pero que ella le decía que no había razón para tener miedo.
“Le quité el miedo”, dice Joyce. “Pero hoy prefiero que mis hijos le teman a la policía”.
“Creo que para ellos, todo el que vive en las afueras es un criminal. Creen que un niño de 15, 16, 17 años no puede tener zapatillas de marca en sus pies”.
Una historia de violencia
¿Por qué la policía de Brasil es tan agresiva? Parte de la respuesta se encuentra en el pasado del país.
Saliendo de dos décadas de dictadura militar, en las que miles fueron torturados y cientos asesinados, Brasil heredó dos fuerzas: la militar y la policía civil.
Los cadetes de la policía militar continúan recibiendo una formación más parecida a los reclutas del ejército, a pesar de ser los principales responsables de la vigilancia callejera diaria.
En tanto, la policía civil asume funciones más judiciales y administrativas.
El exjefe de policía del estado de Río de Janeiro, Robson Rodrigues da Silva, dice que la presión sobre los agentes de policía en Brasil no puede subestimarse.
Con una de las tasas de criminalidad más altas del mundo, argumenta que la policía en Brasil está mal pagada y no recibe suficiente apoyo.
Con el tiempo, la imprevisibilidad y la volatilidad del trabajo pueden causar un “daño psicológico significativo” a muchos agentes.
“La suposición general de cualquier policía es que es muy probable que alguien esté armado“, dice Robson, “porque la disponibilidad de armas de fuego en estas áreas refleja cuán ineficiente es el sistema para evitar que tales armas lleguen fácilmente a manos de delincuentes”.
“Esto genera tensión y miedo, y cuando esto se manifiesta en un policía, es mucho más probable que reaccione mal ante una situación”.
Para Robson, en ningún lugar es más peligroso ser policía que en las favelas de la ciudad de Río.
Rodeando la ciudad, apiladas precariamente en las laderas de las montañas, las miles de favelas de Río carecen no solo de una presencia policial permanente, sino también de escuelas y hospitales.
Muchos están bajo el control de bandas del crimen organizado, lo que los convierte en lugares volátiles para todos los que viven y trabajan allí, incluida la policía.
El año pasado, Río de Janeiro fue, por lejos, el estado más mortífero de Brasil en términos de violencia policial letal, contribuyendo con una cuarta parte de todas las muertes a manos de la policía en el país.
¿Por qué Rio es tan mortal? La respuesta: redadas antidrogas. Son operaciones en las que decenas de agentes ingresan a las favelas, a menudo con el apoyo de helicópteros y vehículos blindados, en persecución de bandas delictivas organizadas.
En esta guerra civil entre la policía y las bandas de narcotraficantes, las personas inocentes tienen más que perder.
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