Como todo el mundo sabe, el Marqués de Sade tenía un gusto marcado por el sexo duro.
Este libertino radical del siglo XVIII, dejó una marca profunda en nuestra cultura. ¿Por qué nos da miedo todavía?
“Mátame o acéptame como soy, porque no voy a cambiar”, le escribió a su mujer desde la cárcel, en 1783. Sade había cumplido la mitad de una condena de 11 años, pero no iba a cambiar sus principios ni sus gustos para que lo dejaran salir.
Cualquier desvío de su verdadera naturaleza era, para el marqués, lo mismo que morir.
Ahora, dos exposiciones en París ofrecen una nueva oportunidad para redescubrirlo: una en el Museo d´Orsay, que revisita el arte moderno a través de sus escritos radicales, y otra sobre sus libros y cartas, incluida su novela “Los 120 días de Sodoma”, una obra audaz capaz de retorcer el estómago de cualquier lector.
Se supone que la Ilustración fue la era de la racionalidad, la ciencia y el humanismo, pero ésta nunca fue toda la realidad de la época.
Sade, que murió en un mes de diciembre de hace 200 años, es una figura de la Ilustración. Fue un gran admirador de Rousseau, pero también el primero en dar un zarpazo a la primacía de la razón y la racionalidad, en favor de la rebelión, el extremismo y el anti-humanismo.
Donatien Alphonse François de Sade, nacido en 1740, era una persona muy complicada: aristócrata, pero también figura de la izquierda radical y delegado de la Convención Nacional durante la Revolución francesa. Luego, durante el periodo del Terror, renunció a ese título.
El marqués escribió algunas de las novelas más provocadoras de la historia, pero también otras obras blandas y convencionales que no eran para nada obscenas.
Las prácticas que hoy llevan su nombre no eran tan raras en aquel momento.
¿Pornográfico?
Michael Foucault, el gran historiador de la sexualidad, dijo que “el sadismo no es una práctica tan vieja como Eros”, sino más bien “un artefacto cultural masivo que apareció precisamente a finales del siglo XVIII”.
Ni siquiera en su forma más transgresora fue Sade pornográfico. En “Los 120 días de Sodoma”, con sus listas interminables de rebanamientos, fracturas, inmolaciones, exsanguinaciones y muertes, no muestra ningún tipo de excitación sexual.
Su mejor novela, “Justine”, escandalizó a la sociedad francesa. Pero no por los excesos pornográficos, sino por su negra visión moral, en la que abusar de otros seres humanos no solo es aceptable, sino un signo de virtud.
La moralidad verdadera, para él, significaba seguir tus pasiones más oscuras y destructivas hasta el final, aunque fuera a expensas de la vida humana.
Sade no tenía problemas con el asesinato, aunque se oponía a la pena de muerte. Matar a un hombre de forma pasional era una cosa, pero racionalizar el asesinato por ley le parecía bárbaro.
“Denunciamos las pasiones”, escribió, “pero nunca pensamos que es con su llama con la que la filosofía enciende su antorcha”. Los deseos crueles no son aberraciones. Son fundamentales, aspectos constitutivos de la naturaleza humana.
Para Sade la nobleza es un fraude, la crueldad es natural, la inmoralidad es la única moralidad y el vicio la única virtud.
Vida de excesos
El marqués no solo escribió de forma excesiva, también vivió de manera excesiva y pasó un tercio de su vida en cárceles, incluida la Bastilla en 1789, o en asilos psiquiátricos.
Sus libros fueron prohibidos poco después de su muerte, en 1814. Pero mientras sus escritos hibernaban, su oscura visión moral se expandía.
Francisco Goya, cuando no pintaba retratos satíricos de la familia real española, se dedicaba a pintar secuencias demenciales de grabados: los Caprichos, los Desastres de la Guerra, los Sueños.
Foucault creía que los grabados de Goya, sobre todo los Caprichos, eran la contraparte natural a los escritos de Sade.
Solo hacia el final del siglo XIX se descubrió de verdad al “divino marqués”. Para algunos ofrecía una posibilidad de dar un poco de credibilidad literaria a sus caprichos sexuales.
Pero los mejores escritores de la época vieron en Sade a alguien mucho más importante: un filósofo de un mundo patas arriba. “Soy la herida y el puñal. Soy la bofetada y la mejilla”, escribió Charles Baudelaire en “Las flores del mal”.
Deudas
Friedrich Nietzsche tiene una gran deuda con el marqués. Guillaume Apollinaire, el poeta que adoptó la palabra surrealismo, editó el primer volumen completo de obras de Sade.
Es difícil imaginarse a Sigmund Freud sin Sade, quien puso la libido en el corazón de la naturaleza humana un siglo antes.
Sade está en todos lados y, aun así, nos asusta. ¿Por qué? Porque con él no es posible un análisis frío ni objetivo. El cuerpo se implica tanto como la mente y la razón se subordina a impulsos más profundos, que dan miedo.
En la película de Philip Kaufman “Letras prohibidas”, del año 2000, Sade tuvo que ser “purificado” y convertido en un mártir de la libertad de expresión liberal.
Lo que Sade significa, sin embargo, no es libertad sino extremismo. Es el profeta de un mundo que excede sus propios límites.
En un mundo que está llevando la situación política, económica y ecológica al límite, su oscura visión de la humanidad es cada vez más escalofriantemente creíble.